Road trip por el Peloponeso

28 de junio al 3 de julio de 2023 (días 46 al 51 del viaje)

Algo del Peloponeso había quedado en mi cabeza desde aquellas largas clases de ciencias sociales del colegio: guerreros míticos, ruinas ancestrales y guerras extravagantes. Qué mejor oportunidad para revivirlas que hacer un viaje en auto por la región que otrora fue el bastión más importante de Grecia para sentar los fundamentos de la expansión de su cultura.

Comenzamos por recorrer la península desde Atenas hasta Gythio Bay donde acampamos por algunas noches. En el intermedio hicimos una parada en Esparta para recordar al exuberante Leónidas y su ejército de 300 guerreros que contuvo a los miles de invasores persas.

Para nuestra sorpresa, Esparta no goza hoy en día de la gloria de su pasado. Su pueblo luchador, que cultivaba el cuerpo y la estrategia de la guerra por encima de las artes, no se preocupó por dejar un gran legado. Gobernantes contemporáneos tampoco se han ocupado por reconstruirlo y, hoy en día, Esparta luce como una ciudad más, irrelevante y descolorida como millones a lo largo del mundo.

En las ruinas de la ciudad antigua que apenas se encuentran cercadas, no había turistas, oficiales ni nadie a quien pedir orientación. Solo algunos carteles que señalaban la plazas, el anfiteatro, el coliseo y algunas otras edificaciones. Apelamos a nuestra imaginación para ver a aquel ejército valiente que, en la famosa batalla de las Termópilas, con apenas 300 hombres supo repeler al gran Jerjes I, rey de Persia, mientras sus ciudadanos marchaban a cumplir de forma rigurosa la cita de cada cuatro años en Olympia donde mostrarían el mejor despliegue de sus capacidades físicas.

Así, con historias en nuestra cabeza y al son de los encantadores relatos de Diana Uribe, continuó nuestro camino hacia la bahía donde encontramos ya al atardecer un lugar al borde de la playa perfecto para pasar unos días disfrutando el cálido mar Mediterráneo.

Además de conocer Gythio, decidimos disfrutar de los pueblos cercanos de la península de Mina. En un recorrido de más de 100 kilómetros y que comenzó en su capital Aeropoli, visitamos las poblaciones aledañas muchas de ellas deshabitadas y con un pasado bastante independiente. Al ser la península un lugar tan lejano y escarpado, no gozaron de ni de gran influencia ni de grandes invasiones romanas y turcas otomanas. No se imaginarían los pobladores de la época que 2500 años adelante, bastarían solo unas horas por una cómoda carretera para recorrer las distancias que a ellos les tomaba días.

Desde Gythio, nos dirigimos hacia Olympia, parando primero en las ruinas de Mystra, una ciudad romana bizantina que data del siglo III antes de la era común. En Mystra, se logró preservar el estilo de las ciudades romanas de la época que construidas sobre la montaña bajo un sistema de capas, eran ideales para proteger a la monarquía de turno. Pudimos apreciar con gran detalle varias Iglesias con sus frescos aún coloridos y por supuesto un buen sistema de acueducto, cisternas y manejo de aguas residuales al mejor estilo romano.

En Olympia (donde también acampamos) pudimos recorrer tanto el sitio arqueológico como el bello museo adyacente, mientras aprendíamos de estos maravillosos juegos que se realizaron en la antigüedad desde el año 400 a. d. e. c. hasta el 700 d. e. c. Así que durante 1100 años los pueblos griegos se reunieron cada cuatrienio a rendir culto a sus mejores atletas. De alguna forma, los griegos comprendieron que la mezcla entre arte, ciencia y deporte era la pieza fundamental de su cultura.

En el complejo arqueológico aún se pueden apreciar los vestigios del Santuario de Zeus, el cual era el oráculo más importante de Grecia. Cuenta la historia que Fideas, quien fue también escultor en el Partenón, esculpió la estatua más impresionante que el mundo haya visto. Un coloso de 12 metros de altura con cuerpo de mármol y adornos en ébano y oro. Hasta nuestros días, la estatua de Zeus es considerada una se las 7 maravillas del mundo antiguo.

Más tarde, Teodosio III quien tras la prohibición de los juegos por ser estos en honor a los dioses, se llevó la estatua a Constantinopla para ser desmontada. Con el ocaso de las olimpiadas, la región perdió total preponderancia y los campesinos, empobrecidos, por más de 1000 años hicieron uso de los materiales de la ciudad para sus propios intereses. La ciudad entonces no fue saqueada, fue literalmente olvidada y usada como materia prima para la construcción de otras. Hoy, 1300 años después quedan unos cimientos superaron el mundo material para resurgir cada cuatro años en el que es quizás el evento más diverso e incluyente del planeta: los Juegos Olímpicos.

De nuevo, Grecia nos había sorprendido al revivir nuestras historias de la infancia. Su mundo mágico, lleno de divinidades extraordinarias que conviven de forma paralela con un mundo de lógica absoluta que al juntarse pueden sacar lo mejor del ser humano.

Nuestro viaje por el Peloponeso culminó con la visita a Nafplio con un camping perfecto en una playa que nos permitió una vez más disfrutar las veraniegas aguas mediterráneas. Allí aprovechamos para ver la película Indiana Jones y el dial del destino, en un teatro al aire libre y fue una experiencia muy divertida, porque había muchas referencias a Grecia y al final algunos diálogos en el idioma local (que no estaban subtitulados) pero que causaron las risas de todos los asistentes.

Dejamos el Peloponeso queriendo aún más a los griegos. Por su cultura y su legado que ha impactado la forma en que vive el mundo occidental. No eran perfectos, por supuesto, y hoy la sociedad ha sabido enmendar algunas de lo que a ojos de hoy serían vistas como perniciosas costumbres. Sin embargo, no sentimos que fuese el momento de criticarlos. Todo lo contrario, sentimos que era el momento de celebrarlos y agradecer por su maravillosa existencia.

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