Entrada Machame

“Pole pole” Ascenso al Kilimanjaro

[11 al 16 de julio de 2011]

Día Uno: Una experiencia diferente

Nuestro amigo Fred, el abuelo, nos recogió muy temprano para llevarnos a la puerta de entrada Machame a dos horas de Arusha. Esta es una de las tantas entradas que tiene el parque Kilimanjaro y desde donde se hace la ruta Machame, la cual es un poco más larga que las otras y carece de albergues, por lo que todas las dormidas deben ser en carpa. Allí en este lugar situado a 1.800 metros sobre el nivel del mar (msnm), conoceríamos a nuestros guías, porteadores y cocinero, e iniciaríamos el ascenso de 4 días hasta el Stella Point y el pico Uhuru, la punta más alta del Kilimanjaro y de todo África.

Al escoger esta ruta, un poco más exigente, Alex y yo pensamos que podíamos tener un ascenso tranquilo, desongestionado de turistas. Nuestra primera sorpresa al ingresar al parque fue darnos cuenta de que estábamos completamente equivocados. La cantidad de turistas era inimaginable. Nuestra segunda sorpresa fue conocer nuestro equipo de apoyo para el ascenso: se trataba de 5 porteadores (Jakobo Matayo, Agrey Mmbacydo, Yobu Mlay, Novati Samba y Fedriki Kajia), 1 cocinero y asistente (Venance Mmbando) y 1 guía (Erigard Tarimo). Eran 7 personas que nos estarían acompañando para ayudarnos a hacer un ascenso exitoso. Para mí esto fue totalmente abrumador, viniendo desde Colombia, en donde llegas a los parques y sólo te tienes a ti mismo para hacer tus aventuras. Debes cargar todo el peso, cocinar tu propia comida y sobretodo, saber hacia donde te diriges. Días atrás, en Arusha, luego de hacer múltiples averiguaciones llegué a la conclusión de que esta era la única forma de hacer el ascenso. Efectivamente estaba en lo correcto. Pude notar que todos los turistas, sin excepción alguna, traían consigo un similar número de ayudantes.

Luego de pesar el equipaje nuestro y el de cada uno de los integrantes para verificar que nadie cargara más de 20 kilos y de pagar la cuantiosa suma de 1.268 dólares al parque como concepto de permisos de ascenso, camping e ingreso al parque, a eso de las 12 PM iniciamos el largo recorrido.

Alex y yo comenzamos a caminar en compañía de Venance. Llevábamos un equipaje liviano que distaba mucho del que solemos llevar cuando vamos a acampar. Un buzo delgado de polartec, una chaqueta y pantalón impermeable, la cámara y 2 litros de agua por persona. El resto del equipaje, dos morrales de 8 kilos cada uno, lo llevaba uno de los porteadores.

El camino atravesaba la ladera de la montaña a lo largo de un extenso bosque húmedo tropical que logramos sortear en unas 2 horas y media de recorrido. Era un camino fácil, bien marcado que hubiésemos podido hacer en una hora menos si nuestro acompañante no nos dijera constantemente “pole pole” “despacio, despacio”. Durante la tercera hora de recorrido comenzamos a ascender lentamente y pudimos notar como íbamos dejendo el gran Valle del Rift atrás, al mismo tiempo que la vegetación se transformaba en pequeños arbustos rebosados de un hermoso musgo que lucía como barbas. Dos horas tardó este agradable asenso hasta llegar al primer campamento, Machame a una altura de 3.000 msnm. Este campamento esta ubicado en gran risco que se deja ver cuando la montaña cambia de pendiente para permitir un ascenso mucho más pronunciado. Una vez allí, pudimos notar la gran cantidad de carpas ubicadas en el lugar, tantas que era difícil hacerse a un espacio. Sin embargo, uno de los porteadores que había llegado antes al campamento, había podido ubicar, para nuestra fortuna, un buen lugar para nuestras tiendas.

Alex y yo llegamos en buena forma, descansados y contentos luego de “pole pole” haber disfrutado de un agradable recorrido de 4 horas y media. Para aclimatarnos mejor, sólo llevábamos puesta una camiseta transpirable y tratábamos de soportar el frío viento proveniente de las nieves perpetuas del Kilimanjaro ya visible desde algunas partes del campamento. Durante el recorrido como también en Machame, pudimos notar muchas nacionalidades y diferentes tipos de personas: franceses, italianos, chinos, americanos. La mayoría de ellos con un común denominador: lucían una forma atlética y un equipo de primera, lo cual ya hablaba un poco del reto al que nos estábamos enfrentando.

La ropa que nosotros llevábamos, si bien estábamos convencidos de que nos protegería de las arduas condiciones de la montaña, era justa y no daba cabida a errores. Cada uno llevaba ropa interior térmica, tres camisetas, un pantalón transpirable y de rápido secado, un buzo liviano de polartec y uno grueso equipado con windstoper, dos pares de medias transpirables y térmicas, un par de botas con membrana goretex, una chaqueta y pantalón impermeables con goretex, unas sandalias y unas polainas. Para un recorrido de tantos días en un clima tan extremo, debíamos ser cuidadosos con nuestra ropa. Esto no es más que tratar de mantenerla limpia y seca a como de lugar. Nos sentíamos confiados. Sin embargo, al ver el atuendo de la mayoría de los otros turistas cargado de múltiples chaquetas y pantalones y cuyo equipaje fácilmente duplicaba en volumen al nuestro, nos preguntábamos si extrañaríamos allá en las heladas laderas del Kilimanjaro nuestras abultadas chaquetas de plumas y pantalones térmicos dejados en Bogotá por falta de espacio.

Entrada Machame
Entrada Machame
Nuestra carpa en Machame Hut
Nuestra carpa en Machame Hut
El campamento en Machame Hut, habia cerca de 200 carpas
El campamento en Machame Hut, habia cerca de 200 carpas

Día dos: aclimatación

A las 6 y 30 de la mañana suena el despertador y casi al instante uno de los porteadores, Agrey, abre la puerta de la carpa para ofrecernos una tasa de té caliente.

La noche anterior había tenido que salir en varias ocasiones de la carpa. Con dificultad para conciliar el sueño, aprovechaba esas salidas para explorar el campamento como en busca de algo, de una señal de vida, pero siempre lo encontré lugubre desolado. Sin vida. Pude imaginarme a cada una de las personas en la carpas, unas durmiendo placenteramente, otras enfermas, otras como yo, sin poder conciliar el sueño. A eso de la media noche logré quedarme dormido. Tuve un sueño pesado, relajante y a las 5 y 30 am desperté al sentir algo de hielo en mi cara. Todo estaba congelado a nuestro alrededor, las paredes de la carpa, el rocío sobre los sleepings bags, las pequeña gotas de sudor que había dejado en mis botas. Sólo fue salir de nuestros sacos de dormir para sentir que al amanecer, en estas tierras a 3.000 msnm, helaba gracias a la presencia del Kilimanjaro, piedra gigante de hielo, que se encargaba de traer sin cesar los vientos más helados.

La cuesta que teníamos que subir era corta pero empinada, así que comenzamos a caminar con nuestro guía, Erigard, a un paso muy lento. Él siempre adelante, cuidando de que no fuéramos a ir muy rápido y por lo tanto incrementar el riesgo de sufrir mal de altura. En este trayecto se debe tener especial cuidado ya que se gana altura muy rápidamente a lo largo de un frío risco asolado por el viento. Nosotros paso a paso subíamos mientras nos despojábamos del buzo polar para sentir un poco más el cálido sol de la mañana y permitir al sudor una rápida evaporación. Dos horas mas tarde, con el Kilimanjaro al fondo, lográbamos ver el campamento de la noche anterior como un pequeño punto mientras atravesábamos una planicie de páramo colmada de frailejones. Erigard nos insitaba a parar constantemente, pero nosotros nos negábamos argumentando que es mejor ir despacio pero sin descansar ya que así se impide que el cuerpo se enfríe rápidamente por la falta de movimento. Al medio día hicimos una parada para almorzar en la que nuestro cocinero, Venance, nos preparó una deliciosa sopa de vegetales acompañado de pan y fruta fresca. Emprendimos de nuevo el recorrido y una hora más tarde llegamos al campamento Shira a 3.800 msnm. Este lugar era bastante amplio y aunque ya estaba atestado de carpas, aún quedaban buenos lugares que nos dispusimos a ocupar. Tras eregir nuestra tienda, pasamos el resto de día explorando el lugar, yendo de un lado a otro, avistando pájaros, mientras soportábamos los vientos fríos que con frecuencia opacaban el ardiente sol del momento.

Ascendiendo a Shira Hut
Ascendiendo a Shira Hut
Ascendiendo a Shira Hut
Ascendiendo a Shira Hut
Campamento en Shira Hut
Campamento en Shira Hut

Día tres: The Lava Tower

Con la misma rutina del día anterior, comenzamos a caminar a las 8 y 30 AM. Erigard nos condujo a una larga cuesta hacia el oriente del campamento. Andabamos como siempre a un paso muy moderado, mientras en el horizonte contemplábamos un hermoso paisaje compuesto por el monte Meru, el segundo más alto de Tanzania, por encima de las nubes. A nuestro costado derecho podíamos siempre observar la cara occidental del Kilimanjaro.

La noche había sido un poco más fría que la anterior, pero ahora con el calor de la mañana, caminábamos usando sólo una camiseta de manga larga. El viento arreciaba fuerte, pero la cuesta era empinada y nuestros cuerpos lograban sobreponserse con el calor de ejercicio.

Tres horas y media más tarde, a una altura de 4.300 msnm nos detuvimos para almorzar. El equipo, que apenas acababa de llegar tardó una hora más para preparar el almuerzo que disfrutamos al aire libre entre un viento helado y un sol intermitente. Desde allí, pudimos divisar el punto más alto del recorrido del día, a 4.600 msnm, justo en la falda de una hermosa formación de roca llamada La Torre de Lava. El terreno en esta parte del recorrido ya era totalmente estéril. Sin vida, se componía de rocas y mucha tierra seca. Era la morrena del Kilimanjaro al cual ya le estábamos pisando su parte más baja.

Reanudamos el recorrido a las 2 PM y media más tarde ya nos encontrábamos justo al lado de La Torre de Lava. En ese punto el Kilimanjaro se podía observar en toda su expresión. Se trataba de la cara occidental, desde donde en algunas ocasiones se podía hacer la cima a través de un paso conocido como el Western Bridge. Desde allí, la podíamos ver tan cerca, como si en tan sólo unas horas pudiéramos tocarla, pero no. Las distancias en las montañas son bastante engañosas y nuestro destino aún tenía día y medio de camino. Luego de unas fotos de rigor, continuamos nuestra ruta desendiendo hacia el próximo campamento: Barranco, ubicado a 3.910 msnm. Tardamos dos horas más en llegar, atravesando un hermoso bosque de frailejones gigantes. Acá, a diferencia de los que conozco en Colombia en el Parque de los Nevados, Sierra Nevada del Cocuy y Cerros de Bogotá, los frailejones son mucho más grandes y sus hojas carecen de pelos. Al llegar a Barranco, a las 4 y 30, caminamos un poco y obsevamos el Nevado, cuyo costado occidental está a solo unos metros del lugar. Alex y yo nos encontrábamos bien de salud, señas de que nuestros cuerpos estaban asimilando bien la altura. A las 6 y 30 tuvimos una deliciosa cena para que luego la temperatura que había caído abruptamente, nos obligara a refugiarnos en nuestras tiendas de dormir.

Porteadores hacia Barranco Hut, atras el Monte Meru
Porteadores hacia Barranco Hut, atras el Monte Meru
Lava Tower
Lava Tower
Lava Tower
Lava Tower
Campamento Barranco
Campamento Barranco
Campamento Barranco
Campamento Barranco

Día cuatro: Mal de altura

Bueno, este día sería importante porque llegaríamos al campamento desde donde haríamos el atraco a la cima.

El recorrido comenzó como de costumbre a las 8 y 30 de la mañana. Sería un recorrido de 6 horas en que ganaríamos altura hasta el campamento Barafú a 4.600 msnm. La dificultad de la ruta no se hizo esperar cuando nos obligó a tomar un camino de 500 metros en ascenso por una montaña cuya pensiente era de 60 grados. Sortear esa parte del camino no tomó cerca de 1 hora y media, para darnos cuenta de que debíamos descender por un cañón, en el que los mismos porteadores caían frecuentemente. El Kilimanjaro, que estaba siempre a nuestro costado izquierdo, se prestaba como modelo para monumentales fotos.

Así transcurrió esta caminada, entre un sol abrazador, mezclado con unos vientos helados que nos hacían palidecer de frío aún en las cuestas mas empinadas.

El campamento Barafú se encuentra literalmente en la falda de la montaña entre un terreno rocoso que años atrás estuvo cubierto por las nieves perpetuas del Kilimanjaro. Era un lugar frío sin escondite alguno para los vientos provenientes de la montaña. Allí, refugiado en nuestra bella carpa Mountain Hard Wear, sucedió algo inesperado. Comencé a sentir una náuceas terribles, un fuertísimo dolor de cabeza, mucho dolor de estómago y una tos seca que raspaba sobre mi pulmones. La situación era evidente, yo, David Posada, que tantas veces había visitado las altas montañas del Parque de los Nevados y la Sierra Nevada del Cocuy y que entrena frecuentemente en los páramos de los alrededores de Bogotá, estaba experimentando el primer mal de altura, o soroche como lo llaman en Colombia, de mi vida. No lo podía creer, en las puertas del Kilimanjaro a tan solo unas horas de comenzar el camino a la cima, me sentía impotente, débil, enfermo, vulnerable. Era algo que ya veía venir, pues los días anteriores había tenido poco apetito y el estómago revuelto y, durante el último ascenso de hora y media al campamento Barafú, había sentido un cansancio profundo caracterizado por una respiración bien agitada. Allí en mi carpa, sudando para no vomitar y reteniendo la tos, tomé una decisión irresponsable: disimularía el mal de altura y en vez de hacer lo que se recomienda que es descender lo más rápido posible, pasaría la madrugada ascendiendo los 1.300 metros en vertical que separaban nuestro campamento de la cima de la montaña. Le dije a Alex que me diera unas pastas para el dolor de cabeza y me acosté a dormir. Eran las 9 de la noche cuando cerré los ojos, conciente de que dos horas más tarde, a las 11 PM debíamos estar en pié alistándo el equipo para la cima.

Camino a Barafu
Camino a Barafu

Día cinco: La cima enferma

A las cero horas del viernes 15 de Julio de 2011, Alex y yo en compañía de Erigard y su asistente Venance, inciamos el camino a la cima del Kilimanjaro, el punto más alto de toda África. Un camino que nunca olvidaríamos.

Minutos antes en mi tienda de dormir, con mi cabeza revuelta de pensar en mi malestar, pude notar mi debilidad cuando estaba doblando nuestros colchones inflables. Literalmente no tenía fuerzas. Ya no tenía el dolor de cabeza, pero las náuseas y tos persistían. No había pegado los ojos y antes de partir no fui capaz de ingerir el más mínimo vocado. En esas condiciones enfrentaría las 6 horas de ascenso y vientos helados. Sin pensarlo dos veces alcancé a pedirle a Alex un Mareol por si mis ganas de vomitar se volvían incontrolables.

La montaña no se hizo esperar para mostrarnos la dificultad de conquistar su cumbres. El camino era muy empinado, en un inicio compuesto por rocas, seguido de una arena que no te dejaba avanzar. Era la parte final de morrena larga y gigante que habíamos comenzado a recorrer el día anterior. Como si fuera poco, el clima era terrible. A solo hora y media de camino nos vimos en la obligación de usar las 6 capas de ropa que habíamos previsto para todo el ascenso, confiando que la cima con el calor del sol de madrugada no nos sorprendiera con algo adicional. A las 3 horas y media de camino, cuando cruzamos la barrera de los 5 mil metros, nos dimos cuenta de una cruda realidad: nuestra agua del Camel Back se había congelado y nuestros guías, acostumbrados a hacer el ascenso sin líquido, solo llevaban un termo con agua caliente para compartir con nosotros un te en la cima. Que inexperiencia. Con razón veíamos a los europeos, acostumbrados a los fríos inviernos de sus países, guardando su agua en recipientes termoaislantes.

Erigard iba adelante marcando un moderado paso, seguido por Alex, luego yo y finalmente Venance. Una vez comenzamos el ascenso por las rocas, pude sentir mi debilidad y malestar. En mi mente decía: 6 horas así, no van a ser divertidas. Me costaba trabajo seguir el paso puesto por Erigard y mi tos se había incrementado bastante. Continuamos el ascenso en fila india, cruzándonos frecuentemente con otros grupos. Sólo se oían los pasos y el fuerte viento, nadie decía una palabra, cada uno solo consigo mismo y con la montaña. Constantemente le preguntaba a Alex, cómo vas? Y ella siempre me decía entre dientes “bien”, hasta que en una ocasión, cuando ya llevábamos un poco mas de tres horas de ascenso, se volteó y me dijo mirándome fijamente: “estoy hecha una mierda”. Hicimos una parada y Alex me comentó que le dolía todo el cuerpo, que tenía mucho frío en las manos y en la cara, pero que sobretodo, no podía respirar. En ese momento me dijo que quería devolverse y entre Erigard y yo la convencimos de que siguiera haciendo cuantas paradas fueran necesarias. Así transcurrieron las siguientes casi 4 horas, entre paradas acompañadas de agua caliente y chocolate, mi tos y los jadeos de dolor de Alex. Yo en mi debilidad no la pude ayudar como muchas veces lo he hecho: empujándola suavemente desde atrás o amarrándola con un cordino a mi cintura. En esta ocasión no pude, no tenía la más mínima fuerza, mis músculos no me respondían, mi respiración me fallaba. Cuando nos faltaban solo dos horas de camino, tuve la certeza de que fuera cual fuera nuestro estado, llegaríamos a la cima.

A las 6 y 15 de la mañana, con el sol apenas asomándose, enfermos y débiles, Alex y yo nos paramos en el punto más alto de África, en un lugar llamado Stella Point a 5.730 msnm. Con grandes glaciares decorándola, en esta época del año lucía calva, sin nieve, pero hermosa. Sólo 5 minutos más tarde, con lágrimas en sus ojos y tiritando de frío, Alex me dijo, “bajemos ya”. Con todo el esfuerzo sobrehumano que acaba de hacer para llegar allí, en gran parte para no defraudarme, no pude negarme así que comenzamos el descenso inmediatamente.

Ya sin la adrenalina del reto de la cima llegué al campamento, 3 horas más tarde, completamente destrozado. Mi cabeza estallaba, estaba deshidratado y la tos y las náuseas persistían. Me acosté en la carpa y un par de horas más tarde, al ver que mi situación no mejoraba, le pedí al guía que descendiéramos lo más pronto posible a otro campamento. Así fue y tras haber caminado 10 horas la noche anterior, mareado y con la cabeza hecha pedazos descendimos durante 3 horas y media al campamento Mweka ubicado a 3.100 msnm. Aquí pasaríamos la noche para finalizar nuestra travesía por el Kilimanjaro en la puerta del parque ubicada a tres horas de este lugar.

Stella Point, cima del Kilimanjaro
Stella Point, cima del Kilimanjaro
Stella Point, cima del Kilimanjaro
Stella Point, cima del Kilimanjaro
Cima del Kilimanjaro
Cima del Kilimanjaro

Alex y yo nunca olvidaremos esta travesía por sus bellos paisajes, la magia del lugar, la excelente comida, las agradables caminadas, pero sobretodo por el tortuoso camino que padecimos hacia la cima. Pensamos que éramos invencibles. Pero no, dos meses de viaje sin hacer ejercicio cobraron su cuota a 4.500 msnm en el campamento Barafú a cuestas del monte Kilimanjaro.

David P.

David porteador con Agrey
David porteador con Agrey
Con nuestro equipo de ascenso al Kilimanjaro
Con nuestro equipo de ascenso al Kilimanjaro

Te invitamos a suscribirte para que estés al tanto de todas las actualizaciones del blog:

Y a seguirnos en redes sociales:

Déjanos un comentario