Baalbek, las ruinas romanas más grandes por fuera de Roma

Baalbek – Líbano, 9 de octubre de 2018

Dicen que todos los caminos conducen a Roma. Y hubo una época de la humanidad en que fue así porque el imperio bizantino se extendía hasta donde los historiadores occidentales de aquella época tenían conocimiento. Así es que sin importar el camino, siempre se llegaba a Roma.

Acerca de Baalbek

Baalbek es ese pedacito de Roma del que aún hay evidencia en Líbano. Después de la caída de los griegos (favorecida por la muerte de Alejandro Magno y la mala gestión de sus sucesores), el general Romano Pompeyo anexó tanto Siria como Líbano al imperio en el año 64 ac. El país tuvo un importante crecimiento gracias a las actividades comerciales, favorecidas por la ubicación estratégica de sus puertos y también fue la época en la que llegó el cristianismo. Esta etapa duró hasta el siglo VI cuando, debido a algunos desastres naturales y a la corrupción de los gobernantes, llegaron los musulmanes árabes.

Llegando a Baalbek

Luego de manejar por cerca de 3 horas, llegamos a una ciudad de 25 mil habitantes, aún más caótica que Beirut. Sus estrechas calles y exceso de vehículos generaban ese desorden característico del país. Los andenes, dominados por peatones apurados, no eran la excepción.

Baalbek y las ruinas

En Baalbek se encuentran las ruinas romanas más grandes por fuera de Italia. Un enorme complejo construido en honor a la tríada de dioses: Júpiter, Mercurio y Venus, complementado por el templo de Baco, aún en un excelente estado y por el museo con el que se finaliza el recorrido, que ayuda a entender mejor este lugar y la historia del país. Las construcciones se remontan al siglo I, fueron re descubiertas por los europeos en el siglo XVIII pero la restauración inició en el siglo XX.

Baalbek y su gente amable

En la ciudad tuvimos también un acercamiento a lo que más adelante encontraríamos en cada rincón de Líbano: la amabilidad de su gente. Es común usar este tipo de adjetivos cuando uno viaja por el mundo, pero en este país recibimos tantos gestos de empatía que nos sorprendieron y que pocas veces hemos encontrado en otros lugares.

Después de recorrer las ruinas por cerca de 4 horas y saciarnos con la siempre deliciosa comida libanesa, nuestros pasos se pierden entre callejuelas mientras buscamos el estacionamiento para regresar a Beirut. Al final del callejón, una puerta de la que sale un niño que apenas sabe saludar en inglés. En medio de las señas nos explica que el camino se termina allí y debemos regresar por donde vinimos. Damos la vuelta y nos llama ofreciéndonos que crucemos por su casa que, efectivamente, tiene otra entrada que lleva a la calle principal. Abre la puerta para dejarnos pasar y tres mujeres gritan asustadas al ver a David, tenían la cabeza descubierta y, para ellas, dentro de su tradición musulmana, que un hombre extraño les vea el cabello es equivalente a lo que sentiríamos nosotras si nos vieran desnudas.

Rehaciendo nuestros pasos, vemos un hermoso patio interior, protegido por una vid que da sombra. Al fondo, un hombre de piel tostada fuma y nos invita a entrar. Saludamos cortésmente y con señas nos invita a sentarnos. En breve llega una mujer sonriente con tasas de té y aunque logramos rechazar en cigarrillo, es imposible evitar quedarnos un rato más y compartir la bebida con ellos. Ella habla algunas palabras en inglés. Él sabe un poco de italiano. Nosotros nada de árabe. Y a pesar de la ausencia de conversación fluida, como si fuera un proceso de ósmosis, sin saber cómo, entendemos que tienen 3 hijos, que una segunda mujer mayor que se nos une es de Siria, que Damasco es una ciudad hermosa, que siempre han vivido en Baalbek y que aman a los gatos.

La Piedra de La Mujer Embarazada

Antes de dejar la ciudad, hicimos una parada en la “Piedra de la mujer embarazada” donde su cuidador nos ofreció café y copias de algunos recortes de periódicos que hablan sobre el lugar. Se trata de la posible “cantera” desde donde se extraían las piedras para la construcción de los templos, lo especial de este sitio es que se han descubierto los monolitos labrados más grandes del mundo. El primero que se encontró se estima pesa 1,000 toneladas, el segundo (ubicado debajo) se estima que pesa 1,242 toneladas y el tercero 1,650 toneladas. Este último aún se encuentra bajo tierra por lo que en el lugar sólo se pueden ver los dos primeros.

Baalbek es un lugar por el que han pasado tantas civilizaciones y en el que ahora también quedaron nuestras endebles huellas. Mientras estábamos sentados en la parte más alta de uno de los templos, observábamos las colinas en el horizonte, pequeñas montañas que geográficamente dividen Líbano de Siria. Por esta ciudad pasa la autopista que lleva hasta Damasco y es la puerta de entrada de millones de Sirios que han huído del conflicto en su país, de hecho se estima que 1 de cada 4 habitantes de Líbano es un refugiado Sirio. Mientras regresábamos a Beirut pudimos ver grandes barrios llenos de carpas blancas, en las que viven los refugiados (de esos que remotamente hemos oído hablar en las noticias) y que aquí inician una nueva vida, trabajando en las labores más humildes pero encontrando la manera de ofrecerle a sus hijos un mejor futuro.

Una vez más Líbano nos daba una gran lección. En este país que vive en tensa calma, con recursos limitados, uno de los más densamente poblados del mundo, los Sirios son recibidos, atendidos, organizados y soportados para que puedan hacer parte del país. A pesar de que cientos de organizaciones humanitarias se encuentran allí, nadie les regala nada. Ellos deben encontrar trabajo para pagar el alquiler del espacio donde arman sus carpas y entran a ser parte del sistema económico del país. Algo que en este momento nos hace reflexionar mucho sobre la situación que está viviendo Colombia con la migración de Venezolanos a nuestro país. Ojalá aprendamos de otros lugares en los que ya se han vivido migraciones similares y podamos ayudarlos y ayudarnos a construir un mejor país para todos.

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